Ojos de fuego, de Stephen King


Otra de las tantas novelas del universo literario de Stephen King, publicada casi al iniciar octubre de 1980. Rescata al igual que otros ejemplares, el mundo de lo paranormal, de lo asombroso; deja mucho a la imaginación de los lectores que se fascinan en el éxtasis que aquel compendio de imposibilidades genera en ellos el amor a las obras. Que les hace devorar cada libro que publica el aclamado escritor, quien se encuentra convertido ya en una celebridad. Nos sitúa en los años ochenta, describe una persecución; un coche verde sigue a una niña de siete años junto con su padre. Aparentemente llevan mucho tiempo siendo acosados por el misterioso vehículo debido a cierta razón fundamental, en torno a la que girará toda la trama. La familia de estos dos posee habilidades parapsicológicas que un organismo del gobierno estadounidense, llamado “la tienda”, está interesado en investigar. Descubrimos que aquellos poderes fueron el resultado de un experimento con el nombre de “lote seis”, financiado por la misma organización. Para el experimento se inyectó una droga en el organismo de doce personas entre las que figuraban el padre de Charlie, Andrew McGee, y su -futura- esposa, Victoria “Vicky” Tomlinson. Ambos, además de otro hombre, debido a las dificultades evidentes que resultaron de probar esta droga en seres humanos, fueron los únicos que sobrevivieron y los únicos que no acabaron “chiflados” como les sucedió a los desafortunados 9 participantes. La unión de Andy con Vicky trajo a una adorable niña al mundo que nombraron como Charlene. No obstante, Charlie no resultaría siendo una infante común y corriente; su linaje de padres parapsicológicos conllevó a que naciera con una habilidad incluso más monstruosa, superando a sus progenitores. La habilidad de prenderle fuego a lo que ella desee -nada comparable a la habilidad de Andy para “empujar” o hipnotizar a las personas para que cumplan sus deseos-. La tienda resuelve que va a secuestrar a la familia para encerrarla y experimentar con ellos cual ratas de laboratorio, y en el proceso se pasan por delante la vida de Vicky, quedando de esa familia solo Andy y su hija Charlene. Se nos presentarán diversas situaciones que obligarán a la cooperación de padre e hija para superar las dificultades y traspiés que pondrá delante de ellos la vida para acabarlos, o separarlos. Eventualmente los lazos paternales se estrechan haciendo que el apego sea muy fuerte, y mucho más dolorosa la pérdida del vínculo o presunta separación de ambos. Andy es un excelente padre que quiere lo mejor para su hija y una vida normal como la de otros niños; todo el propósito de su existencia es nada más que ese fin, y siempre apoyará a Charlie cuando esta se encuentre derrotada emocionalmente, pero no caerá en el error de pintarle la vida color de rosa. Le enseñará la pequeñez e insignificancia que ambos tienen frente al poder estatal de “la tienda”, y a la vez alentará a no rendirse ni sacrificar nunca su dignidad por mucho que su enemigo sea más poderoso. Las facultades parapsicológicas de Andrew y Charlene McGee serán su salvavidas, pero lo serán aún más la buena voluntad y las ansias de libertad, que les permiten explotar su potencial destructivo en varias ocasiones. A pesar de las ganas de Andrew, este no conseguirá vivir para ver crecer a su hija espiritualmente o físicamente; asesinado por Rainbird, cuya enfermiza obsesión con Charlie puede presentarse como síntoma de pedofilia, y de quien Andy intenta rescatarla, pero falla y todo culmina en su muerte. Charlie se las debe arreglar por si misma, y en su impotencia incinera todo el recinto de la tienda asesinando a Rainbird, junto a otras personas que trabajaban allí. Escapa victoriosa, libre al fin de sus captores para adentrarse a una nueva aventura y una nueva vida sin su padre, rindiendo homenaje a sus enseñanzas.

Por Sara Sofía Tovar Haeckermann

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